Miles de personas entran en tu vida. De esas, un par de
cientos se quedan. Y de ese par de cientos, sólo se convierte en imprescindible
un pequeño puñado.
Dependiendo de la persona, el puñado puede estar formado por
tu familia; tus padres, tus hermanos, tus abuelos... o por tus amigos. Pero no
cualquier clase de amigos, sino los que son importantes de verdad. . Los que te
escuchan aunque no te calles. Los que te conocen mejor que tú mismo, los que
saben hacerte reír cuando estás triste
y, cuando no, también. Los que pondrían la mano en el fuego por ti, aunque
supieran que se van a quemar. Sí, estoy hablando de los amigos que hacen que la
vida sea un poco menos puta.
¿Y sabes qué pasa? Que a veces esos amigos se van.
En algunos casos, se van porque quieren, porque llegó el
momento de que se acabe vuestra amistad. En otros, se van sin poderlo evitar; porque se
mudan, porque empiezan a preocuparse por cosas diferentes o porque hacen amigos
nuevos.
Pero lo peor, con diferencia, es cuando se van porque te los
roban. Cuando alguien, o algo, te los quita. Sin dejarte que les digas adiós.
Sin darte tiempo a gritarles lo mucho que te importan, y cuánta falta te hacen.
Sin que tengas la opción de demostrarles que, para ti, significan todo. Te los
quitan antes de que puedas prometerles que no los vas a olvidar.
Y es entonces cuando lloras. Porque duele. Duele mucho.
Duele saber que se acabaron las risas, las conversaciones y las tonterías
juntos. Duele saber que ya no vas a poder llamarlos para ir a tomar un café.
Duele saber que en tu cumpleaños no tienes que poner un plato para ellos en la
mesa, porque ya no van a estar para tirarte de las orejas.
Duele echarlos de menos.
Pero el dolor pasa, y se convierte en recuerdos. Recuerdos
grandes, recuerdos pequeños, recuerdos graciosos, recuerdos serios, recuerdos
bonitos y recuerdos no tan bonitos. Pero todos especiales, al fin y al cabo,
porque los recuerdos son esa persona.
Los recuerdos en tu cabeza, y en las cabezas de todos los que la
conocían, es lo que queda de ella.
Y por eso no quiero que estés triste. Es normal que te
preguntes "¿por qué ella?" "¿por qué él?". Es normal que
estés enfadada, o enfadado. Es normal que quieras llorar, gritar, patalear, o
intentar cambiar las cosas. Y lo que más daño te hace, es que no puedes. Por
eso sé que cuando te pido que no estés triste, te estoy pidiendo mucho. Pero
piensa que cuando alguien se va, no quiere ser un recuerdo triste, lleno de
lágrimas, sino una sonrisa en tu cara. Una sonrisa de las grandes, de las que
van de oreja a oreja, enseñando los dientes. Una sonrisa de las que significan
"te echo de menos porque me hacías feliz".